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Técnica y escritura

Técnica y escritura

11 de mayo de 2025
7 min de lectura
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Introducción

Antes solía tener una idea un poco tóxica sobre la escritura: “con tantos textos tan buenos, tanto contenido, ¿vale la pena arrojar más a una pila de textos (en muchos casos muy buenos) que nadie está leyendo?, ¿No vale mas la pena detenerse a leer más bien?”. Este pensamiento se puede traslapar a cualquier forma de producción de algo. Esto está equivocado, ya que no pensaba en la escritura como íntimamente ligada con la lectura y con el pensamiento. Escribir es un modo de pensar, pero menos dinámico y más fijo, lo moderadamente apolíneo. La escritura es la fijación del pensamiento, su concretacion. Escribir es pensar. Y escribir no quiere decir poner palabras en un papel, escribir quiere decir crear con el lenguaje.

Hagamos entonces una indagación en las condiciones de posibilidad de este proyecto, no en un sentido emocional como en el manifiesto, sino ontológico. Quiero ver como este proyecto se vuelca en sí mismo. Antes, lo había pensado como contenedor de una escritura fragmentaria, en principio con experimentaciones entre poesía, programación funcional y pensamiento, para después apropiarme de él como contenedor de las apropiaciones de mi propia escritura. Este propósito, apropiarme de mi escritura, tiene un sentido profundamente ecológico. Escribir es una manera de existir, así como también lo es explorar. Así, como manera de existir, lucha contra la pulsión de muerte que asecha al puro pensamiento o a la palabra hablada. No solo la escritura, también la archi-escritura son condiciones de posibilidad para la escritura. Escribir, siempre es escribir en algo. En estas mismas palabras, esa instauración del pensamiento en el mundo depende de una serie de modificaciones y disposiciones que hacemos en él. Sin duda no es tan sencillo como una tabula rasa, una roca o un papiro.

Estas palabras, esta escritura

Pero escribir, sobre todo escribir aquí, no es solamente instaurar palabras en una superficie ideal. Escribir en digital es ya escribir a través de una serie de transformaciones materiales. Si toda escritura exige una superficie, un trazo y una memoria, la escritura digital también los exige, solo que de una manera más difusa y mediada. Esta superficie no es una hoja ni un pergamino, sino una cadena de operaciones físicas y electrónicas que apenas tocamos con los dedos, pero que implican excavaciones, fundiciones, campos magnéticos, calor, desplazamientos a escala planetaria.

Para que estas palabras existan aquí, fue necesario excavar la tierra. Hubo que extraer silicio de la arena, purificarlo hasta casi la perfección, doparlo con fósforo o boro, y organizarlo microscópicamente para formar procesadores. Cada carácter que escribo viaja a través de millones de transistores que cambian de estado como puertas que se abren y cierran con cada pulso eléctrico. Pero esto no sucede en un vacío: hay cobre, hay estaño, hay litio y tántalo. Todos, materiales arrancados de las entrañas del mundo, convertidos en arquitectura invisible. Y después está la memoria. No la mía, sino la de la máquina. El lugar donde se fijan los rastros de este pensamiento no es eterno, ni siquiera estable. Puede ser un disco magnético que organiza partículas ferrosas con precisión milimétrica, o una celda de estado sólido que cambia su voltaje para recordar. En ambos casos hay un pequeño milagro: la posibilidad de que algo quede, que algo se sostenga en medio del flujo. Escribir es siempre escribir-con: con energía, con minerales, con dispositivos de lectura.

Este texto, aun antes de ser leído, ya ocupa espacio. Está en algún servidor, tal vez en un centro de datos, que a su vez ocupa hectáreas de tierra. Hay concreto, hay ventilación, hay consumo eléctrico que alimenta no solo las máquinas sino los sistemas que las enfrían. Escribir aquí significa también participar de ese metabolismo energético que nunca se detiene. Y no menos importante: hay líneas que lo conectan. Cables submarinos que cruzan océanos, redes de fibra óptica que parpadean con cada bit. Hay routers, hay protocolos, hay caminos. Lo que aparece como instantáneo está, en realidad, sostenido por una coreografía compleja de enrutamiento, direccionamiento, latencia.

Escribir no es nunca simplemente escribir. Es alterar una parte del mundo, aunque sea mínima. No solo en el plano simbólico o emocional, sino en el plano más físico. Este blog, como acto de inscripción, es también una red de dispositivos, minerales, electricidad y espacio. No es que la escritura esté sostenida por la técnica. Es que la escritura ya es técnica. Es decir, es una manera de revelar el mundo, de fijarlo y compartirlo. Y por eso no hay oposición entre escribir y leer, entre producir y contemplar. Escribir, en este contexto, es también explorar las condiciones de su propia posibilidad, desarmarlas, y mostrarlas en su crudeza.

¿Qué es a-log?

El nombre del blog no es un adorno ni una marca, es ya una escritura cifrada. a-log nace como negación, como distancia del logos, pero también como una entrada, como una bitácora. No es solo un contenedor: es un dispositivo. La palabra log condensa múltiples sentidos, todos en tensión, todos en juego.

Primero está el sentido más directo, el más técnico. En la informática, un log es una bitácora. Cuando una máquina ejecuta un programa, arroja logs: mensajes, advertencias, errores, trazas. No son parte del resultado final, no son lo que “el usuario” ve, pero son lo que permite entender qué ha pasado. El log es lo que queda detrás del telón, pero también lo que revela el funcionamiento. Un log no es solo información: es un testimonio. Es la memoria de una operación. Y en este blog, algo similar ocurre. No es una obra cerrada, sino un registro del pensamiento operando, fallando, intentando. A veces se interrumpe, a veces lanza errores. Pero incluso esas interrupciones son parte del proceso.

Luego está el otro log, el más material. En inglés, log es un tronco, una sección de árbol cortada. Pero no cualquier sección: es la que deja ver el interior. El corte transversal de un tronco revela los anillos del tiempo, las estaciones, los años de sequía, los crecimientos acelerados, las enfermedades, los incendios. Cada tronco es una escritura sin palabras. Un registro temporal del ser vivo. Al partir el árbol —acto violento pero también necesario— se revela su historia. La técnica humana, al cortar, al serrar, abre esa interioridad. Y sin embargo, rara vez leemos ese registro. No lo cortamos para eso. Lo cortamos para hacer algo: una mesa, una viga, un refugio. La escritura del árbol queda subordinada a otra finalidad, a un uso. Y ahí hay una ironía profunda: escribimos sin querer, registramos sin intención, y al final esa escritura es ignorada… o transformada.

Log entonces es también una ambigüedad: ¿leemos la escritura del tronco, o la usamos como materia prima para otra cosa? Tal vez eso es también lo que ocurre en este blog. Las entradas no están pensadas como textos cerrados, como fines en sí mismos. Son troncos recién cortados. Muestran el interior del pensamiento, pero están disponibles para otra cosa. No importa tanto la escritura como su posibilidad de devenir: otra forma, otro uso, otra vida.

Finalmente, log es también una bitácora, en el sentido náutico. Un cuaderno de navegación. Los marineros registraban la ruta, el viento, las averías, las estrellas. No por poesía, sino por necesidad. El logbook no era literatura, era supervivencia. Pero con el tiempo, esos registros se volvieron otra cosa: archivos, relatos, memoria. En a-log ocurre algo similar. Esta no es una bitácora en el sentido clásico del diario íntimo, pero tampoco es un tratado. Es un navegar. Y escribir es, como navegar, exponerse a las condiciones del mundo. El viento, el código, la palabra, lo no dicho.